Eugenio González, SDB
Con este título, el Arzobispo de Santiago, don Julián Barrio, anunció el 5 de marzo pasado la visita del Papa a la tumba del Apóstol. En la carta manifestaba su agradecimiento al Santo Padre por su bondad y disponibilidad al aceptar la invitación. Entonces, el Papa indicó que lo hacía en el deseo de unirse a los peregrinos que han llegado, siguen llegando y llegarán a Santiago este Año Santo Compostelano. Viene como «peregrino de la fe y testigo de Cristo Resucitado».
La presencia del Papa siempre dinamiza el compromiso cristiano. Es vínculo y animador de la unidad, de la caridad y de paz. Como vicario de Cristo es fuente de riqueza espiritual para todas las iglesias particulares. Una vez más se actualizan las palabras de Jesús a Pedro: «Confirma a tus hermanos» (Lc 22, 32), contenido del ministerio pastoral que recibe Pedro y que el Papa desempeña en la fidelidad del amor, orientando con sus enseñanzas y dando fuerza con su presencia. Don Julián invitaba en su carta a rezar, con la intercesión del Apóstol y de la Virgen Peregrina, por el Papa en su tarea de gobierno y animación de la Iglesia, y también por los frutos espirituales y pastorales para su comunidad diocesana, para Galicia y para toda la Iglesia en España. Y concluía: «Dispongámonos a acompañarle y preparémonos a darle nuestra mejor acogida y hospitalidad, pues «no pueden ser ajenos a la caridad aquellos con los que camina la verdad».
«Europa se hizo peregrinando a Compostela», escribió Goethe. Otros han llamado al Camino “la calle mayor de Europa”. Hay un acuerdo en afirmar que el Camino de Santiago ha sido crisol de culturas, trasmisor e intercambiador de ideas y corrientes artísticas, encuentro en paz y armonía de lenguas y pueblos. En definitiva, «un eje vertebrador de la primera conciencia común de Europa» y un factor de unidad en la diversidad. En 1987 el Consejo de Europa reconoció que el Camino fue el «primer itinerario cultural europeo», y 1993 la UNESCO lo declara Patrimonio de la Humanidad. Dos aldabonazos más que se unían al de Juan Pablo II en 1982, para el resurgir de la vía más antigua, insólita, legendaria y frecuentada. En aquel año Juan Pablo II hizo un discurso europeísta desde la tumba del Apóstol. Todos recordamos el grito de esperanza que ahora podemos leer en bronce frente a la Tumba en Santiago: «Europa, sé tú misma, vuelve a tus raíces». Desde entonces, año tras año se ha incrementado el número de personas que llegan hasta el lugar que guarda la memoria de uno de los amigos íntimos de Jesús, Santiago Apóstol. Ya no sólo es crisol de la cultura europea sino de una cultura más universal. Parece que la oración de Jesús en la Última Cena, «Padre que sean uno en el amor», tenga en Santiago una resonancia especial. Por sus calles, y mucho más en este Año Santo, se oyen todas las lenguas del globo.
Joseph Ratzinger adoptó como nombre de pontificado el de Benedicto recordando a San Benito, patrono de Europa, hombre de reconciliación y referente para la unidad de Europa. Al explicarlo, el Santo Padre hace referencia explícita al tema de la reconciliación y manifiesta su deseo de «poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y de la armonía entre los hombres y los pueblos». Escogió como lema la frase de San Juan: «Cooperador de la verdad», y lo explica desde su tarea previa como profesor y a la luz de su nueva misión: en la Europa de hoy parece que la verdad sea algo demasiado grande; «sin embargo, todo se desmorona si falta la verdad».
El escudo papal tiene en el centro la concha que simboliza al peregrino. La presencia del Papa en Santiago le hace peregrino entre los peregrinos como testigo cualificado de Cristo Resucitado. Y le hace expandir sus ansias de unir caminos en busca del que es Camino, Verdad y Vida. El Papa en Santiago dirá, entre otras cosas, que hemos de vivir unidos en la fe, la esperanza y la caridad, formando la Iglesia de Jesucristo construyendo un mundo más humano, más justo, más según la Verdad y el Amor.
¡Bienvenido, Santo Padre! ¡Gracias!
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